viernes, 21 de julio de 2017

Perú, 196 años de Independencia


El 28 de julio de 1821 nací como República. El parto no fue fácil. Muchos tuvieron que morir para liberarme del yugo colonial. Como todo recién nacido, mis primeros pasos fueron difíciles: sufrí golpes, mutilaciones y decepciones. Pero lo más triste que me tocó vivir, fue ver a mis hijos matándose entre ellos. Del fin de esa guerra fratricida, que me llenó de dolor y lágrimas, 17 años ya han transcurrido.

El siglo XX se fue hace poco. Hoy vivo un nuevo milenio. Ingresé al siglo XXI con la esperanza de ver a mis hijos viviendo en paz, trabajando y respetándose como la ley divina manda.

Sin embargo, parece que no hubieran aprendido de sus errores, puesto que continúan la mayoría de ellos. Siguen construyendo galerías comerciales, que parecen trampas mortales. El transporte público, que de moderno tiene muy poco, sigue siendo un caos. Y como si estos males no fueran suficientes, ahora deben convivir con la delincuencia y la violencia de género, que en los últimos tiempos se ha incrementado asustadoramente.

Las autoridades que fueron elegidas para resolver estos problemas, hoy están inmersas en sus propios laberintos (léase corrupción) de donde no saben cómo salir.
Recursos tengo, pero mi historia dice que mis hijos no saben aprovecharla correctamente. En el siglo XIX el guano que debió servir para hacer obras, terminó enriqueciendo a pocos y provocó una guerra con mi hermano. Luego vino el petróleo y después los minerales.

Actualmente grandes proyectos están paralizados por problemas sociales y actos de corrupción. Por esta razón, el crecimiento económico se ha reducido.


Esta es mi realidad en los 196 años de vida que tengo. A pesar de ello, no pierdo la esperanza de que mis hijos me enrumben al bicentenario en mejores condiciones. 

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